La sangre del sol
A Enrique Carranco
Y las werejas de su vida…
“El sol muere y cae del cielo. En su agonía su cuerpo se mancha de rojo, esa es la sangre del sol, es el fuego del sol el que invade nuestra mirada. Es de respeto su decadencia, porque resurgirá ante el asombro de los mortales.”
Iba a volver a verlo, lo supo cuando dejó el libro en la biblioteca “El destino, sí, quizá eso lo llevaría hasta éste libro.” Pensó Rosa al firmar la tarjeta de devolución. Sabía que él también soñaba con la vida y que del amor era un fanático, pero no lloraba.
Había regresado a la ciudad a finales del dos mil seis, aunque sólo pasaba los fines de semana ahí. No sabía bien el porque de su regreso, caminaba por las mismas calles, plazas y callejones, buscando esa mirada, esa sonrisa, a ese niño al que quiso muchos años atrás. Esperaba encontrarlo perdido en sus mismos sueños. Ella no sabía que ahora él tenía que trabajar hasta dieciocho horas por una paga miserable. Rosa sólo recordaba su nombre, su sonrisa y los tatuajes de mugre que por sus brazos escurrían. Además del momento en que el engrane gigantesco de su mundo se detuvo. Los temblores a su cuerpo llegaron y tuvo que refugiarse tras su mascara de niña mala para evitar que él se acercará más. “Te quiero niño.” También recordaba esa frase mágica con la cual apareció la sonrisa inolvidable, después le mordió el cachete derecho, lo pellizcó y salió corriendo del salón.
Nunca dio con él, tampoco se enteró de que él soñaba con la de rubios cabellos. Nunca más vio su sonrisa.
La sangre del sol cubrió su mirada durante muchos años. Él sí encontró el libro, leyó su nombre y sin desearlo la buscó por mucho tiempo.
Octavio Gómez Ledesma
18072008
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