viernes, 8 de enero de 2010

CAPITULO DOS

Les dejo el segundo capitulo de la historia,continua la aventura final de Cacocola, poeta urbano, disidente y muy cotorreador... aún le quedan un par de capitulos al cuento...

2
Corrió como loco por el corredor principal, la sonrisa en su rostro era parte del trofeo. — ¿Qué hizo ahora? — escuchaba el susurro de las voces ajenas a su paso.
Se detuvo a medio pasillo.
— ¡Lo solté, corran torpecillos! — les gritó con el rostro deformado por las torturas y las pastillas azules pitufenses.
Todos abandonaron sus clases y corrieron para todos lados, menos él, que permaneció de pie, en total desnudez, repleto de porquería por todas partes. Sonreía y lloraba pues sabía que el castigo sería definitivo, no tenía salida y lo sabía. El gran final era el único paso al futuro tan despreciable, aún así tenía tiempo para llorar entre sonrisas placenteras.
— ¡Llevo tres horas corriendo, escondiéndome de la bestia cerduna que amenaza mi existencia! — gritaba a todos — ¡Mi poesía me abandona en esta noche tan larga y oscura como mi vista!


Poesía mía que ya caminas,
Devuelve el paso chicloso
De mis piernas guangas.

Devuelve el peso exacto
A mi cerebro–estiércol.

Ya no deseo la carrera
Ya no deseo la cabeza.
Mis olores se esparcen
Con la misma deformidad
De la vida informal.
La bestia cerdo
Y el chico-chica
Desean esa parte
De loca sabiduría.

Me moriré hoy, pero la placa endurecida estará
En la parte más alta de mi escuela, ya no seré,
Ya no estaré, presente. Un recuerdo quedará.


A los lejos en el pasillo pudo ver a los dos verdugos, con vestidos largos de novia y quinceañera, con mazos largos, pesados y cables chispeantes. Él los vio venir y no se movió más, se arrodilló y levantó la mirada al cielo. Del suelo cogió una soga que descendía del techo.
— Estas atrapado, Cacocola. — le dijo el cara de cerdo.
— Mi última poesía será mi jaula. — les dijo — No caeré ante sus garras de bestia incompleta.


El camino largo recorrí,
No sin tus pasos de bestia
Que me hicieron romper
Mis propias barreras.
Ahora comerán lo que he deseado,
No me importa el castigo
Si esta es mi última hazaña.

Plata, oro y papel de regalos
Fueron mis medallas
En literatura, matemáticas
Y buenos modales.

No renaceré en este cuerpo–puerco,
No existirá más la dulce amargura de mis flemas,
Ni la locura de la sociedad.
Pero mirad arriba y abrid la boca par de locas,
Par de asquerosos metamorfeados.


Terminó la última estrofa con lagrimas en los ojos. Los dos verdugos levantaban la mirada y al final del pasillo sus tres amigos le gritaban que no lo hiciera. Él con la cabeza y lagrimas en los ojos negaba todo. Los dos verdugos levantaron la cabeza, un tinaco de estiércoles anuales y miados del semestre, vomitada bienvenidera y asquerosidad nasal les entró hasta por los ojos.
— ¡Levántate! — le decían sus amigos — Tienes que largarte de aquí.
— Suéltame pedazo de tocino, suéltenme todos, asquerosidades de los submundos universitarios, que no ven que he estado torturando a estos dos durante tres días y sus noches y que van cuatro años que comencé con mis asquerosidades. Mi ultimo semestre lo viviré al máximo.
Los tres lo dejaron hincado en el piso. Los verdugos parecían muertos. Unas horas más tarde se levantaron y caminaron tambaleándose por los pasillos, con las estelas gamborimbicas a todo el olan de fuera.
Cacocola permaneció en su sitio hasta que regresaron por él, tres días más tarde. Sus amigos lloraban con él a su lado y lo abastecían de pastillas y yerbas medicinales. Lloraron su partida y fueron a su habitación, tomaron más pastillas e inhalaron blanco, amarillos, fumaron verde, café, se inyectaron transparente y violeta, tragaron poesía, fábulas, cuentos y novelas legendarias del siglo X al XIX.
— Sólo hay un destino para nuestro enervante amigo, el último de los subsótanos. — dijo Caldorín mientras tomaba leche cuajada.
Lo esperaron por dos días y no apareció, tres días, cuatro.