martes, 29 de septiembre de 2009

HUESOS

Febrero de 2006 se presentó en mi vida como un cambio al mismo estilo de A.C. y D.C.


Huesos


Lago, playa – cacahuates con chile y limón – huesos y cruz – niña con chupón – silla roja – silla roja – anuncio en carretera – perro ladrando – cabeza de res – cacto – viejos caminando – manos jalando un laso – señora con niña en brazos.


El calor de la playa comenzaba a desesperarme, además de que los pinches cacahuates se habían terminado.
   ¿No hay más botana? — pregunté —.
   Han tumbado la cruz — dijo Luz, la niña que desde siempre mascaba chupón —.
   He preguntado por botana, no por la cruz.
   Los huesos también están afuera.
Me levanté de la silla, roja, forrada de plástico. Un poco más y mi piel se hubiera desprendido. Caminé hasta la orilla de la carretera, la niña ocupó mi lugar, yo fui a ver la tumba.
Ahí estaba el perro del gringo Steve; snow. Del cual el mismo Steve aseguraba que se lo habían llevado los extraterrestres, los neptunianos para ser exactos. Pero él con hechizos de un buen brujo, logró traerlo de vuelta, convenciendo a los neptunianos de que era mejor una cabeza de res, que su perro, snow.
El perro me ladró, no hice caso a su amenaza y continué mi camino.
A mi paso me encontré con el cacto de don Simón y su esposa Sofía, que como todos los días salían de casa y caminaban trece kilómetros, tan sólo para ver su cacto. Del cual ellos aseguraban que era el espíritu de su hija convertido en un dios natural de poderes inimaginables. Aferrados a ese laso familiar y fantástico desde más de sesenta años.
Me detuve, “¿En dónde estas Esther? ¿Aún llevas a mi hija en brazos?


Octavio Gómez Ledesma.
02022006.

lunes, 28 de septiembre de 2009

PANTALONCITO GRIS

En el vagón no la vi, ni siquiera en el anden. Pero sí en esa estación, la Guerrero. Después se topó con la mirada perdida de un hombre con los pensamientos en lo más alto de su distracción. Después fui hacia Buenavista para poder tomar el vagón vacío y regresar a casa, cerca de la estación Ciudad Azteca (la ultima de la línea B, a una hora de ahí). Sí había miedo en su mirada, y creo que jamás vio en la mía el inicio de un escrito al cual nadie llamará poesía. Se bajó en Buenavista diez minutos después que yo, en el siguiente tren.

Pantaloncito gris

Volteaba a ver tu trasero,
Caminabas y eso me hacía
Levantar la mirada.
Tu trasero y esas piernas ricas.
Sabes moverlas aunque ya no las vea.
Preferiría verlas arriba,
En mis hombros.
Tu jadeando, yo también.
Así los dos hasta el final de la noche.

En eso pensé al ver tu
Trasero rico y la luna afuera,
Te espera la perversa.
Hinchada se encuentra desde
Ese día, también la luna.

Rico, rico. Huiste de mi,
Pensaste que por parecer
Perverso lo soy. Si solo
Observaba tu trasero, no iba
A tocarlo, no así como si
Fuera cualquier cosa.
¡Era tu rico trasero!
Ya no lo veré nunca más,
Te bajaste en buenavista.

sábado, 26 de septiembre de 2009

GIGANTES

Por mucho el cuento que más me gusta y hace unos meses cumplió cinco años... sé que con este hubiera ganado el concurso de cuentos de la Escuela de Diseño de la Universidad de Guanajuato (en verdad lo creo así), pero preferí enviar el de CACOMORFOSIS y gané (jeje), el cual por su extensión no lo he subido. Creo que tendré que hacerlo por partes.

Este se lo dedico a todos aquellos que se tomen un par de minutos para leerlo, y a mi por esa ficción tan principiante...

GIGANTES

Su madre lo vio desde la cocina paseándose por el patio, como siempre antes de cualquier otra cosa en el día. De un lado para otro, soltando frases incompletas que solo le servían para salir corriendo a emprender otra empresa estéril. Pero ahora era diferente, había olvidado sus pantalones de diario y sus camisas a cuadros, andaba semidesnudo luciendo unos calzones largos y un par de viejos calcetines rotos del talón.

Llevaba varias horas así, su madre no se preocupó, era normal verlo cada lunes con ese ajetreo desesperante y por todos esperado con ansía desde el último viernes, cuando se sentaba bajo el limón a llorar su último fracaso.

Milagros García, una señora de edad avanzada, grande y fuerte, con el paso lento de quien ha luchado a diario en la vida. Ella siempre dispuesta a arreglar la vida de sus hijos con un jalón de orejas, aunque con Joaquín actuaba de una manera distinta, siempre otorgándole la libertad y paciencia que él necesitaba. Nunca había escuchado un “no” de respuesta salir de su boca sabía, en cambio usaba los pretextos y mil explicaciones.

Lo mejor que podía pasarle en la vida era verlos irse al cielo en medio de una luz azul para nunca más regresar. Hablaba con todos de lo mismo, de las docenas de hijos que se le habían ido levitando hasta perderse entre las nubes.

“Con Joaquín es muy diferente” pensaba ella, le había cambiado de opinión acerca de recibir la instrucción militar que él había deseado desde pequeño, “No deseo un guerrero intergaláctico” les escribía a sus familiares lejanos y olvidados. Lo convenció de abandonar la escuela poco después de que aprendió lo básico: leer, escribir y hacer las cuentas elementales para poder llevar adelante un negocio pequeño, “No quiero un primer ministro del Rey en Bel-o-Kan y mucho menos un Virrey en Molk, tierra de bárbaros y asesinos.” Lo fue retirando de la religión, “¿En los templos de Gaux? Deberías conocer más acerca de esos hombres siniestros.” Lo único a lo que no puso una sola excusa y además porque las leyes lo obligaban, era al trabajo. Y él había decidido ser su propio jefe, algo en lo que su madre estuvo de acuerdo, porque de esa manera nadie se lo llevaría a alguna mina sulfurosa en algún rincón lejano de la galaxia.

Aunque siempre se interesó por las cosas que había hecho su hijo, en esta ocasión ni siquiera lo llamó para que comiera cualquier cosa. Era bueno verlo descamisado y en calzones, talvez ahora sí aceptaría su destino, le era permitido hacerlo. Esperar su destino en donde él se sintiera más cómodo. Así eran las leyes que lo obligaban a trabajar casi como un esclavo o lo dejaban esperar su fin, si él lo decidía; de cualquiera de las dos formas su cuerpo era comida para el Imperio. El destino que él había rechazado desde su mayoría de edad. Prefería trabajar y pagar la mitad de sus ganancias como impuesto de vida, con la libertad de no ser perseguido por los depredadores colmilludos del Imperio. Pero después de tantos años de trabajos “estúpidos”, tantos más de empresas estériles, de llantos de fin de semana, por fin pensaba en retirarse, sin más que la tranquilidad de la espera del destino. Y por eso su madre sentía una leve alegría dentro de su pecho, porque el destino es parte de la vida.

Ahora ya no lo veía y por largo rato no lo vio, hasta que el quejido de sus plantas apetitosas le llamó la atención, lo vio arrancando las hojas y devorándolas tranquilamente, con la paciencia de quien espera lo que desde siempre se conoce. Su madre se pegó a la ventana y lo vio mutarse, dos enormes colmillos en forma de tenazas curvas le brotaron junto a la boca. Él continuó tragando hojas. Milagros jaló un banco, se acomodó en éste para poder apreciar aquel espectáculo único. Necesitaba el mejor ángulo para ser testigo de la metamorfosis de Joaquín.

El cuerpo se le fue alargando, sus gritos se agudizaron a tal grado que terminó lanzado un agudo chillido. De los costados de su cuerpo brotaron tres pares de patas verdes, delgadas y tupidas de callosidades afiladas. La cabeza se le partió en dos para dejar salir una más grande con un par de ojos enormes. Del lomo le brotaron un par de alas arrugadas y brillosas. Su antigua piel de humano se resbaló por un costado hasta el suelo. Dio un par de pasos vacilantes, se detuvo a agitar sus alas, se hacía para delante y para atrás, como si algo lo empujara con mucha fuerza. De pronto sus patas traseras crecieron más, cuando terminaron de salir, de un sólo movimiento dio un gran salto cayendo en el mismo sitio.

Dio un par de vueltas por el patio, ahora más pequeño para él. Volteó a la ventana de la cocina, desde donde su madre le decía adiós con la mano mientras lloraba en silencio. Joaquín pegó un gran salto y se fue volando al país de los gigantes.

– Cuídate de los depredadores colmilludos del Imperio, Joaquín – dijo su madre desde la ventana, mientras le brotaban más huevesillos de la espalda­ –.

Octavio Gómez Ledesma.

08 de abril de 2004.

SE ACABÓ EL FUTBOL

Un cuento más para la banda... espero sí me lo publiquen los del día 7, ha sido muy buena su "buena onda". Sobretodo ahora que estoy a punto de terminar mi octavo libro de cuentos cortos, al cual he titulado como DIVAS... Pronto haré la presentación de éste libro, pues estoy casi seguro que muy muy pocas editoriales van a querer publicarlo... No les gustan los relatos fantásticos.

Una dedicatoria más. para el kuikue Carranco Valle Viejo... saludos carnal!!!


Se acabó el fútbol

A Enrique Carranco.

No iba a volver a jugar fútbol. Pasaría sus días en ese sitio escuchando a los demás; que desde la cocina se lamentaban por el trágico suceso. Sus voces le llegaban rebotando en las paredes del pasillo hasta su habitación, por más que ellos lo hacían casi en silencio. No le dio tanta importancia a eso, no volvería a jugar fútbol y eso lo destrozaba.

Ya había llorado en silencio durante días y a pesar de esto, una lagrima solitaria surcó su viejo rostro. Había dejado de maldecir a la vida, ahora se maldecía a sí mismo, a su estúpida suerte, a los que de una u otra manera lo mal aconsejaron. Pero sobretodo a esa mujer, a la cual le había entregado su vida, a sus hijos por igual y a su esposa también, a pesar de que se entregó a él sin pedir nada a cambio, sólo respeto.

Había intentado levantarse hacía unas cuantas horas, no ahora que el calor de la tarde era insoportable. Tanto como las voces que le llegaban desde la cocina. Enrique le había llevado unos tacos de pollo, mordió uno y no los rechazó. Los devoró lentamente, recordando un viejo sueño que desde siempre lo había inquietado.

“Se observaba andando entre calles viejas, iluminadas con la luz opaca de una luna semi-llena, deforme y lejana. Después de un par de calles giraba a la izquierda en esa esquina oscura. En ese momento deseaba descansar y se hundía en los escalones profundos de la casona, permaneció unos segundos que parecían jamás terminar. Siempre despertaba al ver la sombra reflejada en la pared que se acercaba a gran velocidad hacía él.”

Los demás en la cocina, como siempre, alegando de lo mismo. Los niños en el callejón, sólo por las tardes. Él ahí echado en su cama, que al sentirse inútil recordaba el fútbol, sus buenas épocas en el equipo del barrio, de los trofeos perdidos en apuestas de cantinas. Intentaba odiarse ahora que la vida le cobraba los prestamos.

Un par de meses atrás había perdido un pie, después de años de estar lidiando con la diabetes y poniéndole malas caras a los buenos consejos.

No va haber de otra, Carranco. Sólo se va a quedar con el pie izquierdo — exclamó fríamente el doctor López, su viejo amigo —. Se acabo el fútbol.

Octavio Gómez Ledesma.

13052009.

sábado, 19 de septiembre de 2009

ME GUSTA

Este cuento es parte del mi libro CALAVERAS que terminé en este año. Una dedicatoria en un libro de dedicatorias...
Aquí el cuento:


Me gusta
A mili
Por la década de su amistad.

Me gusta tu voz cuando se pierde en el silencio y no dices nada del amor, te tragas las palabras que crees inútiles y volteas al pasado, lo sientes perdido, una sombra vaga, un martirio en tu vida. Rechazas mi propuesta, rechazas la caricia.
Pero me gusta tu delirio, antes inocencia, antes un capricho. Hoy me pides lo imposible, que me aleje, no de ti, no para siempre, que en la esquina permanezca. Quizá mañana un beso me merezca, un abrazo y tu cariño.
Pero me gusta como te alejas a cada paso que doy. Me llevo mis errores, te dejo los tuyos, mis decisiones también las preparo para el viaje; no son buenas, pero todas mías. Me gusta tu inocencia y tu valentía. He de dejarte sola, he de emprender la huída, al olvido, a la avaricia.
Octavio Gómez Ledesma
03072008

martes, 15 de septiembre de 2009

LA SANGRE DEL SOL

Hace unos día publiqué este cuento en el semanario Día 7 del sur del estado de Guanajuato. Agradezco a Carlos Pérez Nieto por darme la oportunidad de hacerlo. Debo confesar que no me ha sido fácil publicar en otros medios impresos, pero continuo de pie en el camino de las letras...


La sangre del sol

A Enrique Carranco

Y las werejas de su vida…

“El sol muere y cae del cielo. En su agonía su cuerpo se mancha de rojo, esa es la sangre del sol, es el fuego del sol el que invade nuestra mirada. Es de respeto su decadencia, porque resurgirá ante el asombro de los mortales.”

Iba a volver a verlo, lo supo cuando dejó el libro en la biblioteca “El destino, sí, quizá eso lo llevaría hasta éste libro.” Pensó Rosa al firmar la tarjeta de devolución. Sabía que él también soñaba con la vida y que del amor era un fanático, pero no lloraba.

Había regresado a la ciudad a finales del dos mil seis, aunque sólo pasaba los fines de semana ahí. No sabía bien el porque de su regreso, caminaba por las mismas calles, plazas y callejones, buscando esa mirada, esa sonrisa, a ese niño al que quiso muchos años atrás. Esperaba encontrarlo perdido en sus mismos sueños. Ella no sabía que ahora él tenía que trabajar hasta dieciocho horas por una paga miserable. Rosa sólo recordaba su nombre, su sonrisa y los tatuajes de mugre que por sus brazos escurrían. Además del momento en que el engrane gigantesco de su mundo se detuvo. Los temblores a su cuerpo llegaron y tuvo que refugiarse tras su mascara de niña mala para evitar que él se acercará más. “Te quiero niño.” También recordaba esa frase mágica con la cual apareció la sonrisa inolvidable, después le mordió el cachete derecho, lo pellizcó y salió corriendo del salón.

Nunca dio con él, tampoco se enteró de que él soñaba con la de rubios cabellos. Nunca más vio su sonrisa.

La sangre del sol cubrió su mirada durante muchos años. Él sí encontró el libro, leyó su nombre y sin desearlo la buscó por mucho tiempo.

Octavio Gómez Ledesma

18072008

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Mes de agosto

Un día como cualquier otro en el mes de agosto: húmedo, con nubes oscuras y pesadas en el cielo, una brisa ligera y cálida, una mirada triste, la respiración acompasada de un joven fotógrafo y un presentimiento maligno que andaba sin prisa por las calles de El Escondido...